Descubrió la escritura artística por casualidad.
Huyendo de una lluvia torrencial que anunciaba el invierno encontró refugio en un oscuro callejón donde, involuntariamente, sus patas se metieron de lleno en un charco de grasa. La curiosidad le hizo dibujar con una de sus uñas retráctiles algunos signos y caracteres sobre un adoquín del suelo, enlazándolos de forma instintiva para emular los rótulos luminosos de los bares y clubes nocturnos cuyos alrededores solía frecuentar.
Desde ese momento decidió abandonar la lucha callejera, pues ahora poseía un arma mucho más poderosa. Esa uña, utilizada cual pluma estilográfica, sería el medio transmisor de sus andanzas por la urbe. Había cambiado sangre por tinta.
No fue difícil para un animal solitario e individualista como él desarrollar la capacidad de observar de manera reflexiva el entorno y capturar con mirada felina las evoluciones de sus semejantes. Comenzó a operar desde la sombra, donde le gustaba permanecer al acecho. Se autodenominó el Cuarto Gato, pues era el más cauto y discreto del vecindario y nunca le había gustado colgarse medallas. De hecho, pensaba en ellas como un yugo mortificador apretando su cuello.
Desde entonces, El Cuarto Gato no ha parado de rastrear la ciudad en busca de aventuras que narrar. Si en la opacidad de la noche te encandilara el brillo de su abrigo de plata, estarías en peligro de convertirte en protagonista de una de sus historias.
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